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El dolor físico es la respuesta del cuerpo a una lesión, agresión y se siente gracias a la red nerviosa y a través del umbral del dolor, una sensación única y peculiar para cada individuo. ¿Cómo entender la convivencia amistosa que se establece entre el sujeto y el dolor?
En palabras de Georges Canguilhem (2011), la medicina del siglo XIX surge como una medicina dualista, un maniqueísmo en el que la Salud y la Enfermedad competían por el hombre, así como el Bien y el Mal competían por el mundo. Según el autor, en patología biológica existen dos fenómenos de la vida: el estado de salud, que se explica por la fisiología – cuando los órganos y sistemas funcionan perfectamente -, y el estado de la enfermedad, la patología, donde hay desarmonía, una desequilibrio en fisiología y que la acción de la medicina tiene como objetivo devolver las propiedades a lo natural. Pathos es un sentimiento directo y concreto de sufrimiento e impotencia.
El paciente no solo es anormal consigo mismo, sino en relación con los demás (como neumonía, ciática, afasia, etc.). La anomalía puede convertirse en una enfermedad, pero no es una enfermedad en sí misma. Por tanto, la enfermedad no es una variación de la dimensión de la salud, sino que se convierte en una nueva dimensión de la vida.
Es en este sentido que presento a Berlinck (2008) para señalar que el dualismo está presente al asociar el dolor como el lado malo. Veamos cómo entiende el autor el dolor: tiene una doble identidad, es física y psíquica. Es el resultado de una experiencia desagradable o dolorosa, resultado de una lesión, contusión o estado anómalo del organismo. Es un sufrimiento físico que genera otros problemas como aflicción, lástima, dolor, tristeza, angustia y depresión. También recuerda que existe el dolor moral, que va más allá de lo meramente fisiológico. Destaca que para el ser humano la noción de dolor es un hábitat, sinónimo de compañero de vida, especialmente en la psicopatología del dolor.
Entonces, el dolor físico es la respuesta del cuerpo a una lesión, agresión y se siente gracias a la red nerviosa y a través del umbral del dolor, una sensación única y peculiar para cada individuo. ¿Cómo entender la convivencia amistosa que se establece entre el sujeto y el dolor?
Sigo intentando relacionar esta red nerviosa, ubicada debajo de la piel, conectada con el cerebro, que establece esa familiaridad que tan bien identifico en mis pacientes. Los reflejos permiten que el organismo se adapte al medio y esto explica el fenómeno de estímulo-respuesta.
El dolor con fuerte componente psíquico, según Freud (1914), requiere de otros recursos para tratarlo. Freud cree que el cuerpo manifiesta un campo pulsional gobernado por pulsiones parciales y deseos inconscientes. Así, el dolor es provocado por un exceso de excitación erógena que exige una descarga y escape del objeto estimulante.
Como es sabido, el dolor acompaña al anciano durante toda su existencia, al fin y al cabo, ¿quién no tiene ningún dolor a lo largo de sus días? Lo que se está considerando son los aspectos emocionales en la gestión de este proceso.
Volviendo a las ideas de Berlinck, el dolor es un límite “sui generis” porque es una respuesta a una fractura en los límites del organismo y de la psique y nos recuerda nuestra finitud. Esta discrepancia entre el organismo y la psique suele corregirse con el dolor. Citando artrosis en los ochenta y tantos, es una manifestación esperada en fisiopatología e inevitable. El dolor advierte al organismo de que el individuo es anciano y no soporta determinados movimientos que, cuando se practican, agravan el dolor.
Tanto el dolor crónico como el estrés o la impotencia señalan la imposibilidad de liberar la tensión pulsante (BERLINCK, 2008).
¿Son sinónimos el dolor y la vejez?
Jack Messy (1999), reflexionando sobre el cliché “No es hermoso envejecer”, señala que cuando ya no se ve a sí mismo como un objeto de deseo – una impresión confirmada por la sociedad, que le indica cómo ahora es improductivo , inútil -, genera sentimientos cargados de negatividad.
La preocupación obsesiva por la salud y la belleza del cuerpo puede revelar la negación de los cambios inevitables, propios del proceso de envejecimiento. El dolor, como mecanismo de defensa, surge como respuesta a la dificultad de lidiar con un organismo que no responde con prontitud al tratamiento, como ocurre en la juventud.
La situación recuerda un pasado que no se repite en el presente, lo que puede generar angustia o dolor. La angustia se entiende aquí como un “exceso de excitación que no encuentra la forma de descargarse y, posteriormente, como una amenaza futura”, según Freud (vol.xii, 1914).
En el envejecimiento, el dolor acompaña al sujeto durante toda su vida, en forma de artrosis, artritis, migraña, dolores musculares crónicos y fibromialgia. Algunas de estas enfermedades mezclan dolor físico con depresión emocional y angustia. La producción de medicamentos para el dolor y para las condiciones depresivas se administra como una forma mitigadora de estas condiciones. Mitigante porque el dolor que acompaña a tales procesos no es identificable por una única etiología, por lo que el individuo necesita ser tratado por períodos prolongados, a veces con una clase de medicamentos, como analgésicos, ahora con antidepresivos, ahora con ambos, en una espiral de medicación. e hipocondríaco sin fin (BERLINCK, 2008)
Quién no conoce a alguien con migraña dolorosa, lumbalgia, dolor muscular indeterminado, un enigma para su resolución. Sin embargo, existen formas de estimular este proceso biológico, que se une al ejercicio, a través del comportamiento de actividades físicas preventivas. Mantenerse activo provoca reacciones en el cuerpo físico y funciones cognitivas. Existe un llamado por parte del “establishment cultural” a revalorizar al anciano, como consumidor y a través de esta práctica, seguir cuidándose.
Según Debert (1999), la cultura siempre nos impone la juventud como parámetro de belleza, asociado a lo saludable y productivo.
La constitución del envejecimiento en un nuevo mercado de consumidores sugiere que el cuerpo tiene una plasticidad infinita y que es deber de todos mantenerlo joven y curado.
Sabemos que la noción de dolor es un hábitat sinónimo de compañero en la vida, y está inscrito en la carne del ser humano, un cuerpo frágil que exige cuidados constantes, poniendo en peligro permanente la existencia (BERLINCK, 2008).
La búsqueda de un estado de alivio, analgesia, inserta al fisioterapeuta en el circuito de posibles soluciones, entre los fármacos, como ya se mencionó, que van desde analgésicos, antidepresivos, ansiolíticos, con sus respectivos efectos secundarios. El descrédito en relación al fisioterapeuta puede extenderse a la lista de acciones ineficaces en la lucha contra el dolor crónico.
Desde una perspectiva psicoanalítica, la transferencia también ocurre en la relación entre el fisioterapeuta y el paciente. El paciente expone su intimidad al profesional que lo trata y debe mantener el control sobre su neutralidad para mantener la contratransferencia. La búsqueda del afecto, la atención y el cuidado apunta al desamparo, que no siempre es actual. En fisioterapia del organismo, sus dificultades para mantener la funcionalidad son un objetivo primordial. Sin embargo, el dolor físico está indudablemente asociado con componentes inconscientes, a menudo asociados con experiencias traumáticas de la infancia.
La relación de confianza es fundamental para afrontar las resistencias que pueden estar obstaculizando la reducción del sufrimiento y el deseo de curarse.
Referencias
CANGUILHEM, GEORGES. Normal y Patológico, Río de Janeiro, 2017.
BERLINCK, M. Psicopatología fundamental. Escuche, São Paulo, 2008 p.93 / 200
FREUD.vol.xii, 1914, en FREUDOONLINE, consultado en mayo de 2018
MESSY, JACK. La persona mayor no existe. São Paulo, 1999
Carlos Eduardo Wilheim, sociólogo y fisioterapeuta, Magíster en Gerontología Social de la PUC-SP, en 2018. E-mail: wilheimcarloseduardo@gmail.com.